lunes, 3 de mayo de 2021

Mártir de la fe cristiana ante el Nazismo

santiago_gapp

Estamos en plena Guerra Mundial II. El 26 de enero de 1943, en la sede central de la Gestapo de Berlín, un funcionario nazi Karl Ludwig Neuhaus, interroga largamente a un acusado de traición. Se trata de un sacerdote marianista austríaco, Jakob Gapp. El funcionario quiere llevar las cosas al terreno político, pero el sacerdote insiste en el aspecto religioso:


(1897 – 1943) 13 de agosto

“El pueblo español católico no puede seguir a la Alemania nazi”

“No soy traidor a mi patria. La amo como Dios quiere que la ame. Por eso para defender la religión católica y la fe de mi pueblo, no tengo más remedio que denunciar el nacionalsocialismo como incompatible con la fe…”

Durante dos días enteros lo interrogan. De pronto le preguntan sobre su actuación en España. “Al instigar a los adolescentes españoles contra el Reich alemán, siendo Alemania y España países amigos, ¿no le da la impresión de haber hecho daño a la nación española?”. La respuesta es firme y rotunda:

“No, al contrario… Me parecía absurdo que el pueblo español católico pudiese seguir ciegamente a la Alemania nacionalsocialista”.

Fue condenado a muerte por traición. ¿Quién era este valiente ?

Un joven austríaco en la crisis de su patria

Había nacido Jakob (Santiago) Gapp en Wattens (Tirol austríaco) el 26 de julio de 1897. De una familia obrera pobre y cristiana, era el último de siete hijos. Sacrificándose, le dieron todos los estudios posibles. En 1914 estalla la “guerra europea”, o Mundial I, como la llamamos ahora. En 1915 Italia ataca a Austria, y Jakob con sus 18 años va al frente de batalla. Es herido y condecorado con una medalla al valor. Al final de la contienda, derrotada su patria, es hecho prisionero. Sufre nueve meses de cautiverio antes de regresar a casa en 1919. Son meses amargos en los que la utopía marxista, ese bolchevismo que parecía haber hecho en Rusia la revolución social definitiva, seduce su alma generosa y llena de deseos de justicia. Desolación de su madre al ver a su “pequeño” alejado de Dios y de la Iglesia. Como una nueva Mónica, consigue del Señor su conversión.


Un marianista “socialista”

Fue una conversión tan completa que decidió hacerse religioso. Se presenta en los Marianistas:

– Aquí estoy. Soy socialista y quiero ser sacerdote. Si no sirvo díganmelo cuanto antes, y me voy a casa.

Esto no asustó a los encargados de su formación: había nobleza, deseo de verdad, piedad… Poco a poco se purifica de ideologías, pero se queda con lo esencial: el amor a la verdad, el deseo de justicia y un amor muy grande a los pobres.

Más aún, su paso por el marxismo le ayudó a comprender a fondo, y a la luz de la fe y de la razón, los fallos de esas ideas generosas pero falsas. Unos años después aplicando el mismo análisis, detectará la profunda falsedad de la ideología nacionalsocialista, prima hermana de la anterior.

Comenzó su noviciado, – “el año más feliz de mi vida”, según confesión propia- el 13 de agosto de 1920. Y un año más tarde hace sus primeros votos. Estudia y trabaja en Graz, en un Colegio Marianista. Durante cuatro años (1925-1930) cursará sus estudios teológicos en el Seminario Internacional Marianista y en la Universidad Católica de Friburgo de Suiza. Se ordena sacerdote el 5 de abril de 1930. Vuelve a su patria y durante varios años ejerce un intenso apostolado entre la juventud de varios colegios marianistas.


Con la Gestapo en los talones

Son años duros, de crisis social y de confusión ideológica. Jakob lleva a sus alumnos a los barrios pobres para que tomen conciencia de la situación de los numerosos obreros en paro. El auge de las ideas nazis entre la juventud austríaca le preocupa. Hitler no oculta su deseo de anexionar Austria al “Gran Reich”, al imperio nazi. Por eso Jakob no deja de hablar de la absoluta incompatibilidad entre esas ideas y el ser cristiano. ¡Cuánto se alegra, cuando en 1937, una encíclica del papa Pío XI, “Mit Brennender Sorge”, condena las doctrinas nazis! Pero en 1938, Hitler invade Austria. Los colegios marianistas quedan confiscados y a los religiosos les toca ganarse la vida como pueden. Lo aceptaron en Reutte, como docente de religión en una escuela oficial rural. Pero le denuncian y le apartan de la docencia por haber dicho a sus alumnos que había que amar a los judíos. La Gestapo, la policía secreta nazi, le va a seguir los pasos. Trabaja en el campo, ayuda en las parroquias. El 11 de diciembre de 1938, en la iglesia de Wattens, su pueblo, en una homilía clamorosa, denuncia la campaña que los nazis han emprendido en contra del Papa. Hay espías de la Gestapo en la iglesia. Sus superiores le hacen huir a Francia. Dirá más tarde a sus jueces en Berlín:

“Después de la anexión de Austria al Reich, hubiera podido tranquilamente rehusar el nacionalsocialismo sólo en la mente y en el corazón -cosa que muchos sacerdotes hicieron-, pero me convencí de que en conciencia, era mi deber de sacerdote de la Iglesia católica, no sólo enseñar la verdad, sino luchar contra el error.(…) Comprendí que valía la pena defender los derechos de la Iglesia, que en el fondo son los derechos del mismo Dios, aun poniendo en peligro la propia vida”.


En España: el padre Santiago

En el mes de mayo de 1939 pasa a España. La guerra civil ha terminado y los marianistas, que tienen que volver a poner en marcha sus obras, dan la bienvenida a varios religiosos austríacos. Para hacerse más cercano, traduce su nombre y se hace llamar padre Santiago. Será profesor y capellán en los colegios de San Sebastián y Valencia. Sufre con las noticias que le llegan de Austria, siente la nostalgia de la patria ausente y entregada a una sistemática descristianización. Sus cartas lo confirman:

“Me siento tan íntimamente unido a mi patria que quiero compartir sus sufrimientos, que quiero morir con ella…”; “Siento que si quiero hacer algo útil por mi pueblo, debo sufrir y morir con él.”; “Mi ideal sería derramar mi sangre por Cristo y por la Iglesia”; “La vocación del sacerdote no consiste hoy en hacer hermosos discursos, sino en sufrir y en morir por amor de Dios, de Cristo, de la causa católica, de la patria.” 

En Valencia, donde celebra la misa dominical para los residentes alemanes, denuncia la incompatibilidad del nazismo con la fe cristiana y les habla claramente de la persecución y de los errores nazis… La Gestapo decide acallar esta voz incómoda. Dos agentes nazis se hacen pasar por judíos huidos de Berlín y que quieren convertirse. El padre Gapp accede a catequizarlos. Durante varios meses los “catequiza”. Ganada su confianza, ellos le proponen un viaje al norte, a San Sebastián, donde tienen amigos. Pero le hacen pasar a Hendaya, a la Francia ocupada. Al aparcar el coche, se acercan dos personas, los falsos “amigos”, que le detienen inmediatamente. Son dos agentes de la Gestapo que ya han conseguido su captura. De Hendaya le trasladan a Berlín.


Nueve meses de cárcel en Berlín

No lo enviaron a ningún campo de concentración. Le hicieron un juicio exhaustivo. Hubo dos largos interrogatorios, -más de 30 páginas de actas-, en los que quieren hacerle confesar culpas políticas. Pero no cae en la trampa:

– “Mi deber propio como sacerdote católico, era alertar a los creyentes sobre lo peligroso que es el nacionalsocialismo para el catolicismo”. – “Aunque me embarga una inmensa tristeza al pensar en el destino del pueblo alemán si se ve derrotado por sus enemigos, sin embargo estoy convencido que la victoria del nacionalsocialismo traería daños muchos mayores al pueblo alemán que una victoria inglesa.(…) En todo esto sólo una cosa me importa: que los hombres puedan libremente llegar a la vida eterna”. – “Mi fe católica vale más que cualquier bien de este mundo”. – “No quiero la muerte de los nacionalsocialistas sino el fin del error nacionalsocialista”.- 

1542213987771

Unas respuestas claras y valientes. El mismo Dr. Neuhaus quedó impresionado. Declaró largamente en la Causa de Beatificación. Y nos dice que el texto de los interrogatorios, firmado libremente por Gapp, fue a parar al despacho de Himmler, el jefe supremo de la Gestapo, que exclamó: “Con un millón de hombres como Gapp, pero de nuestra ideología, dominaríamos el mundo”. 


Las dos cartas escritas el día de su martirio

El 13 de agosto de 1943, después de recibir la notificación de su ejecución, pidió escribir unas cartas. Se lo concedieron. Escribió dos: una a su familia y otra al padre Jung, que había sido su superior en Austria y ahora ejercía de superior general de los marianistas. En la primera, que fue enviada a la familia, dice así:

“Queridos primos y primas, querido Seppl y queridos todos: Cuando esta carta llegue a vuestras manos, estaré ya un mundo mejor… Me detuvieron en territorio francés el 9 de Noviembre del año pasado, me llevaron a Berlín, y finalmente me han condenado a muerte el 2 de Julio, fiesta del Sagrado Corazón. Hoy será ejecutada la sentencia. A las 7 de la tarde, iré a casa de mi querido Salvador, a quien siempre amé fervientemente. ¡No os aflijáis por mí! Soy totalmente feliz. Naturalmente he tenido que pasar muchas horas penosas, pero he podido prepararme muy bien a la muerte. Tened ánimo, y soportadlo todo por amor a Dios, para que nos podamos volver a encontrar en el cielo. De todos me acordaré allí… Después de una dura lucha interior, me he llegado a convencer de que hoy, es el día más feliz de mi vida…

¡Seppl, mi querido Seppl! No estés triste. ¡Todo pasa, solo el cielo permanece! Rezo por todos. Rezo también por mi patria. Que Dios os guarde.

Vuestro en J.M.J. que tanto os quiere”. JAGGL (JAKOB GAPP)

En términos semejantes escribe a su querido padre José Jung. Pero esa carta nunca pudo ser leída en la tierra por su destinatario. El juez decidió no enviarla y dejarla en el dossier judicial… del que los americanos, al ocupar Berlín, se incautaron. Allí permaneció hasta la caída del muro de Berlín:

“Pocas horas antes de mi muerte siento la necesidad de despedirme también de usted. Me han condenado a muerte por traición, el 2 de julio, fiesta del Sagrado Corazón. La sentencia será ejecutada esta tarde, a las 7. Durante el tiempo de mi cautiverio he tenido tiempo sobrado para reflexionar sobre mi vida. De todo corazón le agradezco todo el bien que me ha hecho desde que le conocí. Me considero miembro de la Compañía de María; renuevo mis votos y me ofrezco a Dios entre las manos de nuestra querida Madre del Cielo. (…) He pasado por momentos muy difíciles, pero ahora soy totalmente feliz. Pienso que estos tiempos difíciles han servido para mi santificación. (…) ¡Todo pasa, sólo el cielo permanece! El 13 de agosto de 1920 empecé mi noviciado, el año más feliz de mi vida. Y hoy (13 de agosto de 1943) espero poder comenzar la vida de la felicidad eterna.(…) Adiós. Nos volveremos a ver.”


13 de agosto de 1943. 

En Berlín, en la cárcel de Plötzensee. Siete de la tarde. Galpón de las ejecuciones. Tres hombres alrededor de una mesa: el fiscal Kurth, el funcionario Karpe y el inspector de prisiones Rösler. Han traído al reo:

– ¿Jakob Georg Gapp? – Sí, sacerdote católico.

Comprobada su identidad le entregan en manos del verdugo y de sus ayudantes. Poco después redactan el acta de la ejecución: “…El condenado a muerte, que permaneció tranquilo y sereno, se dejó colocar en la guillotina sin ofrecer resistencia. (…) Desde el momento de la entrega del reo hasta el anuncio de la ejecución pasaron nueve segundos”.

La Iglesia lo ha declarado MÁRTIR de Cristo. Juan Pablo II lo beatificó en Roma el 24 de noviembre de 1996, fiesta de Cristo Rey.

Beato Santiago Gapp, ruega por nosotros. Para que, como tú, también nosotros seamos valientes para denunciar las incompatibilidades de las ideas erróneas de nuestro tiempo con nuestra profesión de cristianos. – Fuente>>

No hay comentarios:

Publicar un comentario