En el más emblemático campo de exterminio había un barracón diferente de los demás. Tenía el número 31 y estaba decorado con un mural de Blancanieves, que rodeaba el espacio donde niños checoslovacos aprendían música, geografía e historia de la mano de Hirsch.
Este asombroso y desconocido relato es el que aborda el documental «Paraíso en Auschwitz», dirigido por el matrimonio mexicano y judío compuesto por Aarón y Esther Cohen, quienes presentarán el filme este fin de semana en Ciudad de México tras el éxito que ha tenido en varios festivales de cine judío.
«Fredy negoció con los alemanes una especie de escuelita para niños donde los maestros eran escogidos entre los internos. Así logró hacer un espacio totalmente inaudito en medio del infierno», explicó a Efe Aarón, director del documental.
«Los niños pudieron vivir una situación en la que aprendieron a compartir, a tolerar, y se educaron en humanidades y arte. Gracias a esa experiencia que tuvieron, pudieron emerger de la muerte y tener una vida digna y sana», explicó Esther, la productora. Ella misma admitió que el título del filme es «controvertido» porque junta las palabras «paraíso» y «Auschwitz», pero lo defiende basándose en los 13 testimonios del documental, que dotan de sentido al latiguillo.
Alfred «Fredy» Hirsch, nacido en 1916 en Alemania, huyó de su país tras la promulgación de las leyes de Nuremberg que discriminaban a los judíos y se trasladó a Checoslovaquia, donde se dedicó a la educación infantil dirigiendo un grupo de «boy scouts judíos». En 1941, con la ocupación nazi ya consumada, fue deportado al gueto checoslovaco de Terezín como parte de un comando encargado de organizar actividades para embellecer el lugar ante la inminente visita de la Cruz Roja Internacional.
«Consiguió dar clases de música, literatura, gimnasia y deportes para distraer a los niños de la terrible situación del gueto, donde moría gente por enfermedades y hacinamiento», relató el director.
En 1943, un primer cargamento de 5.000 judíos de Terezín, entre los que se encontraba Hirsch, fueron deportados hacia la fábrica de la muerte de Auschwitz, donde fueron ubicados en un «campo familiar» que simulaba mejores condiciones para los internos con el objetivo de engañar a los organismos internacionales.
Las condiciones eran igualmente inhumanas en esa zona de Auschwitz, donde los nazis simulaban repartos de comida que los internos tenían prohibido comer. Sin embargo, Hirsch aprovechó esas circunstancias y su dominio del alemán para convencer a los carceleros para montar su «escuelita».
«En Auschwitz no fueron seleccionados entre los que iban a la cámara de gas y los que sobrevivían, sino que fueron mandados a un campo familiar. Al saber eso, nos dimos cuenta de que había una historia que contar y así nació el documental», relató Aarón.
El archivo de Spielberg
Los Cohen comenzaron a perseguir la pista de Hirsch en 2008, cuando un amigo familiar y superviviente del Holocausto les contó de primera mano la historia de ese insólito campamento. Acudieron al archivo del director Steven Spielberg compuesto por 50.000 testimonios digitales de víctimas del Holocausto y encontraron seis que hablaban de Fredy Hirsch. Posteriormente entrevistaron a seis supervivientes más en la República Checa, Israel y Estados Unidos, en un proceso que duró ocho años.
«La historia está contada en el documental como un coro griego en el que los testimonios se complementan. Pero lo más impresionante es que en diferentes tiempos y espacios la historia que cuentan coincide completamente», aseveró Esther.
«Se les iluminaba la cara cuando hablaban de Fredy. No querían hablar de lo que vivieron en Auschwitz sino de Fredy y de lo que hizo por ellos», añadió la productora, quien señaló que Hirsch «les enseñó a valorar lo que tenían a su alrededor».
Los documentalistas sospechan que la historia de Hirsch permaneció oculta durante mucho tiempo por su condición de homosexual, algo poco tolerado en los regímenes comunistas posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Pero Aarón y Esther desempolvaron este relato para retratar «el proceso de deterioro» que se vivía en Auschwitz y evitar que vuelva a ocurrir otro genocidio, pues «cuando la historia se olvida, tiende a repetirse». Pero también retratan una luz de esperanza, encarnada en un Hirsch que dio lo mejor de sí para adecentar la situación de aquellos niños.
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